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EL MILAGRO DE CALANDA

Miguel Juan Pellicer Blasco, vino al mundo a principios del mes de marzo del año 1617 en la villa de Calanda, provincia de Teruel, en el seno de una humilde familia de agricultores.
Era un rapaz de pocos años cuando un perro le mordió en la pierna derecha. Afortunadamente no fue grave, pero le quedó una cicatriz que tendrá gran importancia en la historia que vamos a relatar.

Cuando el muchacho cumplió 20 años decide irse a Castellón, a trabajar con su tío materno, Jaime, quien, a pesar de ser también agricultor, cuenta con una posición más desahogada. Sus padres se oponen a que se marche, pues no tienen más hijo varón y lo necesitan en las tareas del campo, pero él desoye sus ruegos y súplicas y los abandona.

A finales de Julio, Miguel Juan conduce un carro de trigo tirado por mulas. Él va montado sobre una de ellas; el camino es largo y monótono, con el traqueteo la somnolencia se apodera del joven que se cae de la caballería y el carro le pasa por encima, pillándole una rueda la pierna derecha, justo por debajo de la rodilla. La herida es gravísima.
Su tío lo lleva sin tardanza al hospital de Valencia, a 50 kms. de distancia. Allí ingresó el día
3 de Agosto de 1617. Pero no mejora, y la pierna cada vez tiene peor aspecto. En vista de ello, Miguel Juan pide que lo envíen al famoso hospital de Zaragoza, uno de los mejores de la época, lo que le fue concedido por los regidores del hospital, remitiéndole allí con pasaporte, “de lugar en lugar, por caridad y de limosna”. Sería penoso el viaje, 320 kms., de tal manera que hasta primeros de Octubre no llegó a Zaragoza, febril y con la pierna ya gangrenada. A pesar de eso quiso ir primero al Pilar, donde confesó y comulgó.
Ya en el hospital, viendo que no hay solución y que peligra su vida, el licenciado
Juan de Estanga, después de consultar con el maestro Millaruelo, decide cortarle la pierna “cuatro dedos por debajo de la rodilla”.
Se la serraron sin más anestesia que la entonces conocida: una bebida bien cargada de alcohol. Luego el practicante
Juan Lorenzo García, con otro compañero, enterró la pierna en el cementerio del hospital.

A los meses, Miguel abandona el centro con una pata de palo y una muleta. En esas condiciones sólo puede dedicarse a la mendicidad. El Cabildo le dio permiso para pedir limosna a la puerta del Pilar. Por las noches se recogía en una posada, el Mesón de la Tablas, por “
cuatro dineros”, y si no los tenía dormía sobre un banco en el patio del hospital. Para pagar su hospedaje, cuando podía hacía “algunos trabajos de mano”, según refiere su primer biógrafo, Fray Jerónimo de San José.
Sabemos que oía misa todos los días, pidiendo a la Virgen; y cada ocho confesaba y comulgaba; cuando los dolores de la cicatriz apretaban, se untaba con el aceite de las lámparas de la Virgen, a pesar que el cirujano le advertía que esa práctica no era buena para la herida.
Así transcurren dos años. Al fin, Miguel Juan no soporta más y decide volver a Calanda, sin embargo teme la airada reacción de sus padres, con los que rompió los lazos familiares al dejarlos abandonados para probar fortuna con su tío Jaime.
El párroco del pueblo intercede por él y los padres aceptan acogerlo.
El viaje a Calanda fue durísimo y tiene lugar en varias etapas, apelando a la caridad de arrieros y labradores que lo van acercando poco a poco.

El
10 de mayo de 1640 llegó a su casa, donde los padres “le recibieron como hijo”. Desde ese día ayuda en las tareas domésticas como buenamente puede.
El
29 de mayo cargó en la era de sus padres nueve cargas de estiércol que su hermanica de 12 años transportaba en una burra al corral. Cuando muy cansado volvió a su casa, se encontró en ella alojado a un soldado de caballería, de las dos compañías que pernoctaron aquella noche en el pueblo. Recordemos que estamos en plena guerra con Francia y se dirime la independencia de Cataluña, siendo Aragón lugar estratégico en el desarrollo de la contienda.
Al soldado reservaron su cama, y él a eso de las diez, quejándose de fuertes dolores en el muñón, fue a acostarse al cuarto de sus padres donde le habían preparado un serón de esparto y un pellejo para que se echara.
Junto a la lumbre queda el soldado que relata sus hazañas a los padres de Miguel, a un criado que éstos tenían, de nombre Bartolomé, y un matrimonio vecino, los Barrachina.
Miguel queda profundamente dormido y sueña que está en el Pilar de Zaragoza, untándose el muñón con aceite de las lámparas. Transcurrido como un cuarto de hora, a todos les entra sueño y deciden retirarse.

Al entrar sus padres en el dormitorio notaron una extraña fragancia; la madre se aproximó con el candil al hijo, y vio, muda de asombro, que le salían de la ropa no una, sino las dos piernas cruzadas.
Dos credos” tardó el padre en despertar a Miguel. “¡Hijo, que tienes dos piernas!”, repetía la madre sin cesar. Éste no daba crédito a lo que le había ocurrido.
A gritos llamaron a los vecinos Barrachina, llegó primero el marido y luego su mujer incrédula. Muchos vecinos iban llegando a la casa, y todos, incluidos los soldados, contemplaron y tocaron la pierna. A primeras horas de la mañana siguiente, el pueblo entero, con el párroco a la cabeza, el notario real y los dos cirujanos que allí vivían, se dirigieron desde la casa de los Pellicer al templo, donde se celebró una Misa en acción de gracias; Miguel confesó y comulgó.

Además, cosa curiosa, la pierna al principio no estaba bien del todo. A la iglesia tuvo que ir todavía con la muleta. Pero lo más asombroso es que era la misma pierna cortada, allí estaban las señales del antiguo mordisco que le propinara un perro en su niñez y otras cicatrices. Era pálida y débil, con poca sensibilidad y más corta que la otra; en los días sucesivos fue desarrollándose hasta quedar totalmente normal. Sin embargo se conservaba la tremenda cicatriz que, “cuatro dedos por debajo de la rodilla”, marcaba el lugar por donde había sido amputada.

El
2 de abril de 1640, lunes santo por más señas, el Rvdo. Marco Seguel, párroco de Mazaleón, distante 55 km., de Calanda, se personó ahí acompañado del notario de su pueblo, Miguel Andreu, y de otras varias personas, para tomar declaración, del reciente milagro.
De todas formas, el documento definitivo - que es el que hemos seguido - son las actas del proceso diocesano incoado a principios de junio a instancia de los Jurados, Consejo y Universidad de Zaragoza, conforme lo acordó su Ayuntamiento por unanimidad en reunión solemne de 8 de mayo: en reconocimiento “
de los beneficios que le ha hecho y hace a esta ciudad la Reina de los Ángeles, Nuestra Señora del Pilar”. Después de tomar prolijas declaraciones a 25 testigos (cirujanos, clero, familiares, conocidos...) se terminó con la razonada sentencia del Arzobispo, Don Pedro Apaolaza, publicada el 27 de abril del siguiente año, 1641, en la cual detalla y declara milagrosa la restitución de la pierna a Miguel Juan Pellicer.

Hubo luego más escritos y testimonios, destaca el del jesuita
P. Jerónimo Briz, que escribió el siguiente prólogo -y era responsable del "Nihil Obstat"- a un estudio que llevó a cabo el Dr. Pedro Neurath, médico de la ciudad de Tréveris: “He leído el artículo sobre el estupendo milagro de la Virgen del Pilar, hecho inaudito, que me consta es cierto, pues conocí al joven primero en Zaragoza, cuando le faltaba la pierna y pedía limosna junto a la puerta del templo del Pilar, y después lo he visto en Madrid andando con las dos piernas, he visto la marca que la Santísima Virgen le ha dejado como señal de la amputación, y no sólo yo, sino todos los padres jesuitas de este Colegio Imperial; conocí a sus padres, a quienes los canónigos de Santa María del Pilar suministraban alimentos, conocí al cirujano que le amputó la pierna. Y ha sido descrito por el autor con tanto acierto que puede ser publicado para gloria de Dios como prueba de nuestra fe y refutación de los herejes. Madrid, 12 de marzo de 1642”.

Fue tal la fama de este acontecimiento que, al año siguiente, tuvo que ir a la Corte requerido por el Rey. Acompañado del Protonotario de Aragón y del Arcediano de la Seo, fue recibido por Felipe IV rodeado de sus cortesanos. Tras hacerle unas cuantas preguntas, el rey se arrodilló y besó la milagrosa pierna de Miguel.
Luego volvió a Calanda donde se hizo muy famoso.

Sabemos que estuvo en
1642 en Valencia. En 1645 pasó a Mallorca comisionado por el Cabildo del Pilar para recoger limosnas y propagar la devoción a la Virgen del Pilar.
Lamentablemente su cuñado (el marido de su hermana María), que fue designado para acompañarle, tuvo que ser encarcelado por el Virrey en
1646, por sustraer de los fondos recaudados. Probablemente Miguel también estuvo implicado en el robo, mas, por lo que fuere (seguramente por el prestigio del milagro obrado en su persona) él quedó libre y prosiguió con su actividad, que debía de ser muy lucrativa. A fines de febrero de 1647 seguía en Mallorca con su misión; aunque el virrey escribe: “Al cual aplicaré un tutor, que le ha bien menester, que también le sirva de ayo para las costumbres”; porque parece que la vida que llevaba Miguel no era todo lo ejemplar que debiera. Sin embargo hay rumores de que al poco perdió definitivamente este cargo pues su conducta era incompatible con tan digna tarea. Y a partir de este momento le perdemos la pista.
Sabemos que seis meses más tarde ha regresado a la Península y va camino de Zaragoza.
El
12 de septiembre de 1647 llega enfermo a Velilla de Ebro (pueblo que se encuentra en la carretera que une Zaragoza con Castellón, y que dista 50 kilómetros de la capital), allí, después de haber recibido los últimos sacramentos, murió y fue enterrado. Tenía 30 años.

Y trescientos años más tarde, en
1950 para ser exactos, el entonces notario de Pina de Ebro, Rafael de Aldama Levenfeld, había asistido a instancias del Arzobispo de Zaragoza, Rigoberto Doménech Valls, a la exhumación de un cadáver encontrado en el cementerio de Velilla de Ebro y que podría ser el de Miguel Juan Pellicer.
El Arzobispo no estuvo presente en el acto de Velilla, pero designó en su lugar al Deán y Vicario General
Hernán Cortés Pastor.
El protocolo manuscrito se encuentra en el archivo del Colegio Notarial, mientras que una copia de éste, los informes eclesiástico y forense, algunas cartas intercambiadas por los protagonistas que participaron en la exhumación y seis fotografías que recogen la atípica indagación, se encuentran en el Archivo Diocesano de Zaragoza.
Las conclusiones efectuadas por los peritos
Valentín Pérez Argilés, catedrático de medicina Legal; Tomás Lerga Luna, académico de Medicina, y su ayudante, Eduardo Mª Martín Muñoz, todos ellos de la Universidad de Zaragoza y firmantes del informe pericial, eran, literalmente, las siguientes:

1ª “
Por la edad, sexo probable y antigüedad, pueden ser los restos estudiados los correspondientes a Miguel Pellicer.”

2ª “
Si los datos históricos que puedan existir respecto a su talla y forma de su cráneo resultan concordantes, podrá alcanzarse la certeza moral.”

3ª “
La irregularidad existente en la tibia derecha y el hecho de ser 5,5 mm. más corta que la izquierda, inversamente a la norma (sin que tan pequeña diferencia pudiera producir claudicación) son dos circunstancias que, aunque de valor limitado, pueden estimarse como meros indicios a favor de la identificación de Miguel Pellicer.”

El informe médico citado anteriormente y la foto del cadáver han sido puestos a disposición de eminentes paleontólogos y traumatólogos.

Lo primero que llamó su atención al observar las fotos del cadáver fue una anomalía que se aprecia a la altura del corte producido por el carro. Ésta podría corresponder a la posterior cura y osificación o sinóstosis del hueso, pero los especialistas se mostraron cautos al respecto porque -explicaron- también podría tratarse de tierra adherida al hueso.

Lo que resultó más fácil de identificar por parte de los expertos en catalogación y restauración de tejidos y vestimentas antiguos fueron los escarpines (calzado del siglo XVII), que aparecen en el fondo de la caja de madera, y unas plantillas ortopédicas, que son parcialmente visibles en el ángulo superior derecho de la misma. Una de ellas, probablemente la correspondiete al pie derecho, es más del doble de ancha y gruesa que la otra, lo que viene a indicar que el individuo exhumado en velilla, fuera o no Miguel Juan Pellicer Blasco, padecía, efectivamente, una importante cojera.

Aquel
4 de Mayo de 1950, el supuesto cadáver de Pellicer fue encerrado en una caja sellada y lacrada por el notario Aldama, a la espera de un análisis más exhaustivo que nunca llegó a realizarse.
El
4 de septiembre de ese mismo año, el arzobispo Doménech comunicó oficialmente al notario: “Es conveniente volver a dar sepultura a los restos encontrados hasta que nuevamente sean necesarios para su estudios.” Ceremonia que tuvo lugar el 17 de septiembre de 1950.
Aldama cerró el protocolo el 28 del mismo mes.